Cuando llegué al desierto me sentí muy agotado y el calor me produjo una enorme sed. Pensé que me desmayaba y de pronto observé un oasis. Como pude me arrastré sobre la arena y tomé agua de ese lugar. En ese preciso instante se apareció un genio y me dijo:
- ¿Cómo pudo tomar agua de ese oasis si es sagrada?
Yo le contesté que no sabía que de esa agua no se podía tomar. -De donde vengo se puede tomar agua de cualquier fuente, dije.
Inmediatamente el genio sacó su espada y me retó a duelo porque según él debía ser castigado. Entonces no le hice caso saqué también mi espada y se la lancé, clavándola en su pecho. El genio no reaccionó.
Tomé mis cosas y seguí mi camino para regresar a casa pensando que nadie es dueño del agua.
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